Mujer iroqués

martes, 20 de noviembre de 2012

DIARIO DE LA PATERNIDAD RESPONSABLE (XIII) (Malas) razones para tener descendencia


A lo largo de mi (no siempre acertada) experiencia parental, una y cien veces me he encontrado ante el espejo, haciéndome la misma pregunta.

¿Cómo me metí en este berenjenal?

Pese a mis desvelos, he sido incapaz de hallar una respuesta positiva. No hubo una razón específica que nos moviera a ser padres. Simplemente lo hablamos y no vimos motivos para no hacerlo.

Esto, por mucho que nos vendan burras de colores, es lo usual*. Decides tener un hijo y ya está. Bueno, o sucede que ponerte gomita o tomar pildoricas te molesta, follas a pelo, y un día descubres que lo de las pollasabejitas y los coñosflores era cierto. Como queda mal decir vamos a tener un hijo porque somos idiotas te buscas alguna justificación, mencionas algo del reloj biológico y santas pascuas.

Pero hay gente que sí, necesita buscar un motivo, y realmente cree esos cuentos sobre la belleza de la maternidad, la felicidad de tener hijos y sentirse realizados.

Bienvenidos al parque del terror, criaturicas: cuando la gente busca excusas para reproducirse, el determinismo biológico parece una opción racional y sensata. Porque las razones por las que una, dos o más personas (que de todo puede haber en la viña del señor) se lían a traer niños al mundo son, por decirlo suavemente, ingenuas cuando no estúpidas*.

Demos un repaso a las más usuales.

Perpetuar mis apellidos. Hay gente que ve su legado familiar tan impresionante que su deber para con la Historia es transmitirlo a una nueva generación. A ver, alma de cántaro, el universo seguirá dando vueltas aunque se extingan los García, los Smith o los Dupont. Otra cosa es que tu mami sea señora adinerada y en su testamento haya cláusulas del tipo y aquel que antes diera heredero varon a nuestro linaje, se hará merecedor de todos mis bienes. Pero mamis de esas quedan pocas, y a veces les da a por huir con un cubano y fundirse la pasta, así que, por favor, piénsatelo dos veces antes de poner tus gónadas en el asador.

Compartir nuestro amor. Vuestro amor es tan grande y maravilloso que retenerlo sólo para vosotros os parece mezquino. Y en vez de quedar con unas cuantas personas de confianza para compartir ese amor de forma desinteresada y dionisíaca, se os mete en la cabeza la idea de tener un retoño para abrumarle de cariño y cuidados. Pero sucede, queridos, que vuestra soñada vida familiar al estilo Sonrisas y lágrimas no va a estar llena de canciones por los alpes, sino de cacas, meos, vomitos, noches en vela, instantes del tipo te-toca-a-ti... y eso durante el primer año, que se supone que es el bueno, que luego llega la parte de la crianza, las rutinas y la paciencia ad infinitum.

Eso sí, si vuestro amor sobrevive a esta experiencia, es realmente sólido y durará. 

Cimentar nuestro amor. O sea, como tenéis dudas, las cosas no acaban de cuajar y en el fondo os da miedo asumir que a lo mejor os habéis equivocado, en vez de coger el toro por los cuernos vais a soltar en medio de la marejada un bebé, a ver si os sirve de flotador.

Aceptemos la realidad: los niños adoptados tienen más derechos que los biológicos, porque a alguien capaz de pensar que un hijo es una tirita, habría que retirarle los genitales a título preventivo.

Hay una variante de lo anterior aún más aterradora. Porque algunas personas, ante la posibilidad de una ruptura, preñan o se preñan para salvar su pareja. Y así nace un bebé que será visto como un grillete con bola de plomo por uno de sus progenitores, y esgrimido por el otro como escudo ante cualquier crítica o disputa. ¡Bienvenida a una vida de mierda, personita! tu psicoanalista de cabecera te espera frotándose las manos.

Mi vida es perfecta y un hijo hará que sea aún más perfecta. Esta gente vive la fantasía de que su vida seguirá siendo chupimolona y además habrá un dulce bebé gorjeando en sus brazos. No es culpa suya, las revistas de maternidad, con esos fotos de bellísimas madres y bebés cuquísimos alimentándose de tetas sonrosado-redondeadas hacen mucho daño. Si eres mujer piensas yo quiero ser así de guay (y si eres tío yo quiero esas tetas tan guays)

Malas noticias: despídete de tu vida de ensueño. Un bebé no es un adorno ni un juguete y ¡oh, sorpresa! no tiene botón de off, así que al acabar el día te arrastras miserablemente a la cama confiando en que te deje dormir al menos un par de horas seguidas, por aquello de que no se te caigan los ojos al suelo, y en general resulta una esperanza es falaz**.

Los que Dios me dé. Vale, valiente, pues disfruta de la experiencia, que Dios cuando se pone puede ser muy dadivoso. No os sorprenderá saber que mi opinión sobre los padres de niños-tirita se aplica igualmente a los que hacen lo que ordene su amiguito imaginario.

Mi hijo será el báculo de mi vejez. Errrr... ¿como decirlo sutilmente? No confiéis en alguien a quién aún no conocéis. Si tenéis miedo a la vejez, procurad estar preparados: haced ejercicio, manteneos en la mejor forma posible, abrid un plan de pensiones ahora mismo y customizad el coche con unas cuantas planchas de blindaje, paneles solares y una torre con ametralladora ¡MadMax a tope!

Si luego, después de todo, vuestro hijo está a vuestro lado, os llevaréis una grata sorpresa y él tendrá un buga molón.

Porque no tengo voluntad. Sin excusas, ni relojes ni leches. Hay gente que tiene hijos porque no se atreve a decir NO cuando su pareja se lo propone. Sé de uno que no quería tener hijos y, según sus propias palabras, lo negociaremos. Tiene cuatro y confío en que nunca lleve la negociación salarial de su empresa***.

Sinceramente, si tenéis que buscar un argumento para defender vuestra decisión de dejar algunos cromosomas a la posteridad, tenéis un serio problema. Sospecho que quien lo hace en el fondo piensa que se está equivocando, pero busca algún modo de disimularlo. Y no creo que sea una buena política. Yo, como padre, no veo nada malo en serlo, creo que soy feliz y pienso que mi vida es buena. Pero sé que de no haber tenido hijos mi vida no sería mejor ni peor. Sólo distinta.Y no me siento un monstruo por pensar así.

Los hijos simplemente suceden. Si es vuestro caso, tragad saliva, mantened la frente alta y no os comáis la cabeza. Y no os asusteís demasiado. Suele salir bien.

*Hay quien en un momento dado se plantea el dilema de los hijos, sopesa friamente los pros y los contras y decide de forma enteramente racional. Estas personas se llaman marcianos y tienen la fea costumbre de secuestrar frikis para practicarles sondas anales.

**Salvo que estés podrido de pasta. Entonces alguien te lo cría mientras sigues adelante con tu vida a tope, parando un par de veces al día para jugar con la criaturica mientras tu niñera, friega los baños, a ver si la muy holgazana piensa que la pagas para hacer el vago, que la gente sólo quiere vivir del cuento. 

*** Esa es la gente que un día va al trabajo con una recortada y masacra a toda la oficina. Luego los supervivientes dicen parecía tan normal...




miércoles, 7 de noviembre de 2012

ESPÉRAME


Hoy, y sin que sirva de precedente, voy a dar voz a otra persona.

Hace más de veinte años, ya casi treinta, escuché un poema en un documental de la serie El Mundo en Guerra. Según el narrador, la mayoría de los soldados del Ejército Rojo lo llevaban en sus bolsillos. Recuerdo que me impresionó, pero con los años lo olvidé. 

Tiempo después me aficioné a los autores rusos/soviéticos y lei bastante novela y algunos versos. Entendí (muy parcialmente) la importancia de la Poesía para el pueblo soviético en los años más duros y, entre otros autores, lei algunas cosas de un tal Konstantin SImonov que, pese a ser traducidos (mi ruso es igual a cero) me gustaron, no sólo por sus palabras, sino por el modo de marcar el ritmo. Ignoraba, o mejor dicho, no recordaba que aquellos versos que me emocionaron eran de ese autor.

Hace unos años, reeditaron la serie documental en DVD, me hice con ella, y volví a escuchar el poema. Se me hizo un nudo en la garganta y se me llenaron los ojos de lágrimas. De las buenas, si entendéis a que tipo de lágrimas me refiero. Quizás porque soy más maduro, he vivido un poco más y entiendo con mucha más crudeza lo que significan esas palabras, el dolor y la belleza que guardan. Quizás porque pese a mi coraza de humor e ironía, soy un enclenque sentimental. 

Quizás, simplemente, porque, al margen de lenguas o distancias, esas frases entran bajo la piel de quien quiera que ame o haya amado.

He vuelto a leerlo hace poco, y sigo sintiendo la misma desazón. Las causas, no las sé. Juzgad vosotros mismos. 

Los versos originales, por cierto, fueron dedicados a la mujer de la fotografía, Valentina Serova.

No he encontrado una traducción oficial, ya que hay varias en la red, todas diferentes. Yo he adaptado un poco la que más coincide con mis sensaciones de aquella primera vez.

Y, al transcribirla, he tenido que dejar el teclado, porque sigue golpeándome con la misma intensidad. Si esto fuera un papel, lo encontraríais húmedo.

Espérame, de Konstantin SImonov.
Espérame y volveré,
Pero espérame con todas tus fuerzas
Porque la espera será dura

Espérame.
Aunque las lluvias amarillas
te llenen de tristeza, espérame.


Espérame aunque la nieve caiga y vuelva a caer,

espérame aunque el calor te sofoque,
Espérame aunque los que me olvidaron ayer
ya no me esperen.


Espérame aunque ya no lleguen cartas del frente.
Espérame aunque todos los que me esperaban
se hayan cansado de esperar.


Espérame y volveré,
No hagas caso
de quienes te digan
que es hora de que me olvides.

Y cuando mi madre y mis hermanos crean
que ya no volveré,
y mis amigos se cansen de esperarme,
y se sienten junto al fuego,
y beban vino amargo
por mi recuerdo...


Espérame. 
Y no te precipites a beber con ellos.

Y cuando todos me den por muerto,
cuando se olviden de mi existencia
y el viento se lleve mis recuerdos.
Espérame,

Y aunque la nieve cubra los caminos
y las flores mueran de frío,
no dejes de esperarme,
 
Y un día,
tal vez el que menos esperes,
cuando ya ni sepas lo que es una sonrisa,
cuando despiertes por la mañana
y abras la puerta para ir al pozo
a lo lejos, por el camino, me verás venir.

Y los que no me esperaban,
dirán que tuve suerte
y como no supieron esperar
no podrán comprender
Que Tú fuiste quien me salvó.


Y sólo Tú y Yo sabremos,
que logré regresar
porque nunca desesperaste.